Antes tuve mi patria,
hoy tengo mi balcón.
Antes, ahora y siempre,
el mismo corazón.
De cuánta lejanía,
de qué proximidad
vienes, padre, a quedarte,
a no dejarme más.
Son las dulces guitarras
de la infancia.
Suenan y resuenan dentro,
como de lejos.
Y el corazón se licua,
es una lluvia,
estas notas de júbilo
en que me inundo.
De nuevo la paz
sobre la tarde.
De nuevo el oro:
el sol que arde.
De nuevo abuelo,
y tío y padre.
De nuevo voces,
risas, paisajes.
De nuevo todo,
menos la tarde.
Sentadito y derecho,
escucho, escucho.
¿Qué me estará enseñando?
¿Qué fue lo último
que aprendí de sus labios
en el minúsculo
salón de aquella escuela
del primer júbilo?
Mi señorita Julia:
¡Te quiero mucho!
Entre todos los dones
elegí el “Don,
din, don” de las campanas,
el dulce son
de la infancia, que vuelve:
“Din, don, din, don”.
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